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O EL CABALLO CON EL CORAZÓN
MÁS GRANDE DEL MUNDO
R
ecuerdo perfectamente aquel fin de semana que
viajamos a Francia para ir a probar caballos. Finali-
zaba ese otoño mi etapa junto a los ponis: cumplía en octu-
bre los 16 años y acababa de ganar el Campeonato de Es-
paña Juvenil con mi extraordinario “Everest du Cannon”.
Cumplida esa ‘mayoría de edad ecuestre’, era tiempo de
buscar la continuidad en las categorías superiores junto a
los caballos.
La expedición la formábamos un trío femenino de lo más
potente: mi madre, que siempre ha impulsado, apoyado y
promovido nuestra carrera deportiva con ilusión y mucho
esfuerzo; Noelle Bayarri, quien por aquel entonces era mi
entrenadora; y yo, una amazona trabajadora y disciplinada
que empezaba a despuntar y cuyos ojos aumentaban cada
segundo por la emoción que suponía encontrar un nuevo
compañero de competiciones.
Llegamos a las cuadras de Cédric Lyard, localizadas en
Burdeos junto al río Garona. Cédric, jinete francés de reco-
nocido prestigio internacional, era por aquel entonces ya to-
do un héroe para mí, una autoridad a la que admiraba y a la
que no me atrevía casi ni a hablar por vergüenza al conside-
rarme tan inferior y novata. Hoy en día somos muy buenos
amigos y coincidimos con frecuencia en el circuito más exi-
gente, compartiendo opiniones, dudas y muchas experien-
cias emocionantes. Él me presentó a “Coco” (así lo llamá-
bamos en la cuadra) y a partir de entonces no he podido si-
no estarle eternamente agradecida por ello.
Cuando llegó a nuestra cuadra, “Coco” tenía 10 años y
había competido con solvencia junto a Cédric en categoría
2**. El hecho de que fuera un semental, si bien al principio
supuso algún quebradero de cabeza (yo entrenaba en el Po-
ni Club de La Moraleja, con muchos niños y suficiente jaleo
como para incrementarlo con un entero), lo cierto es que
nunca supuso un problema, pues tenía un carácter excelen-
te: era tranquilo y afable con otros caballos y ponis, se
comportaba bien con las yeguas y nunca fue agresivo con
los niños. Eso sí, como su propio nombre indica, era fran-
cés y muy orgulloso, y su presencia se hacía notar allá don-
de estuviera: relinchaba y elevaba su preciosa cola plateada
mientras avanzaba en un elegante passage cada vez que
salía del box y pasaba por delante de sus compañeros. ¡En
más de una ocasión he entrado por la línea central del cua-
drilongo con ese baile tan característico suyo!
El primer concurso que hice con “Coco” lo gané. Y tras
ese, otros tantos triunfos a los que se sumaron, entre otros,
el siguiente Campeonato de España Juvenil en Navalmoral
de la Mata, cuya medalla de oro me hizo especial ilusión ga-
nar por estar mi padre entonces trabajando ahí como direc-
tor académico de su escuela de formación.