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AMARILLO

No a una cualquiera, una potente tenía que ser.

Desde la cama, con mis dos únicos testigos texti-

les, que seguían burlándose, ignorantes de que su

noche, acompañándome, podía acabar incluso peor

que la mía... marqué por fin el número de Beatriz, con

ánimo simplemente de bromear un poco y empezar a

darle ambiente festivo a una jornada tan particular.

- Mi Foooorn... ¿Cómo estás? -respondió alegre co-

mo siempre.

- Ya listo. Lo más importante es que el champán es-

tá bien frío, el resto es

peccata minuta

.

Y así seguimos un rato, manteniendo una conversa-

ción intrascendental pero cariñosa y divertida como

de costumbre, pero, también como de costumbre, y

entre otras cuestiones por eso es “ex” la novia, em-

pezó a lanzarme un sermón, que no viene mucho al

caso, pero que estaba claro contenía más que un

punto de maldad. Decidí dar por zanjada esta charla

que no llevaba a ninguna parte.

- Si tuvieras razón en lo que me dices, que no la tie-

nes, este no sería ni día ni momento para decirlo. Así

que adiós, guapa, que te vaya bien -y colgué.

Al cabo de un rato recibí un mensaje de Beatriz: “Lo

siento, no he estado a la altura, pero creía que podía

convertirme en tu amiga y hoy me he dado cuenta de

que es imposible”.

Hasta que pasaron un par de días, y bajó la resaca,

no me percaté de que Beatriz me había enviado su

personal regalo de boda. Ella, que me conoce y sabe

cuánto me quiero, supuso que ya añadiría yo lo que

faltaba al final de la frase de despedida: “... no puedo

ser solo tu amiga, ¡porque eres irresistible!” (los sig-

nos de admiración parecerán excesivos, pero los re-

galos, a ser posible, deben serlo).

Si, como en los exámenes de inglés, en la vida a ve-

ces a uno también le toca rellenar los puntos negros

con el tiempo verbal correcto.

Ya, ya les entiendo, ustedes piensan como mi mu-

jer... pues será que a veces es mejor no hacer que pa-

sen tantas cosas.

Por resumir el resto de ese día, y lo entenderán, lo

más importante para mí era que quería decirle a mi

mujer algo que ella no hubiera escuchado nunca, y a

ser posible unas palabras que yo no hubiera tampo-

co, de esta forma al menos, pronunciado jamás. Mis

ganas de hacerla sentir especial para que me consi-

derara único podían más que cualquier compromiso

con mi libertad, pero... si lo hice no me acuerdo, ¿pa-

ra qué nos vamos a engañar?

Puedo decirles que el día amaneció normal y termi-

nó igual, y cuando el chaqué y el smoking se fueron

al tinte -casi podían andar solos- terminó la magia de

un día, se apagaron las lucecitas, dejé de oír mi can-

ción favorita -”My Eyes Adored You”- y empezaba la

aventura del resto de mi vida.

Ya ven, yo, que me imaginaba envejeciendo tranqui-

lamente conservando cierto atractivo, como Clint

Eastwood, lo estoy haciendo de manera que más

bien les recordaré, supongo, a Silvio Berlusconi. Y no

me refiero solamente a la noche en que ejercí como

presentador en la cena homenaje a Antonio Campos

en el Círculo de Labradores, que también.

Estos días, para preparar la revista, he tenido que

revisar los textos de prácticamente todos los núme-

ros anteriores, y he llegado a una conclusión: los ton-

tos son los que piensan y dicen tonterías, y los muy

tontos, como yo, son los que además las escribimos

para que quede constancia de ello. Son ya muchos

años, y al repasarlos, aunque ustedes y Beatriz sepan

cuánto me gusto, debo pedir disculpas por la osadía

y suficiencia con que he abordado muchos asuntos

relacionados con el caballo Anglo-árabe. Especial-

mente debo pedírselas a Antonio Campos, por acon-

sejarle a veces que emprendiera acciones que, revi-

sando ahora, como les digo, la historia de AECCAá, él

ya había ensayado con anterioridad.

Como saben, hemos cambiado de jefe, y le he dado

a nuestro nuevo Presidente mi palabra de que por fin

cumpliré mi palabra de ceñirme en este espacio a es-

cribir únicamente de temas relacionados con caba-

llos. Lástima, me dice mi amigo José Tomás -el ma-

quetador de la revista-, que no queda espacio. Otra

vez será...

A mi querida mujer, por seguir creyendo que enve-

jeceré como Clint Eatswood.

Santiago Forn

Director de El Caballo Anglo-árabe

«

Mis ganas de

hacerla sentir especial

para que me considerara

único podían más que

cualquier compromiso

con mi libertad, pero... si

lo hice no me acuerdo,

¿para qué nos vamos

a engañar?”