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DEL AZUL A

A

quella noche había dormido perfectamente.

Y sepan que alguna de las anteriores la pasé

en vela pensando que, la de vigilia, no podría pegar

ojo, temiendo que agravara irremediablemente mi ya

presumible pobre comportamiento del día de autos.

Pero, como digo, no fue así. Agotado, supongo de ver

trabajar a mi hermano en lo alto del salón, enfilado en

una escalera instalando focos y bafles, y a mi cuñada

quejándose porque se daba prioridad a la música, en

lugar de a las flores que ella había encargado, dormí

de un tirón y medio.

El despertar, sin embargo, fue algo más tumultuo-

so. Y les cuento.

Al abrir los ojos vi un chaqué y un smoking que me

estaban observando desde sendas sillas. Ambos, con

su respectiva apariencia, el primero de ceremonia y el

segundo más mundano, me recordaban que éste se-

ría el último despertar de mi vida, soltero. Yo creo que

oí como se echaban a reír los dos al ver mi cara. In-

tenté dormirme nuevamente, pero ellos hablaban co-

mo dos cotorras del zoco chico de Tánger.

- El matrimonio es un invento como el plástico, aho-

ra no está de moda y se le considera el causante de

todos los males, pero tiene muchas aplicaciones be-

neficiosas -decía el chaqué.

- Sí, y el principal de los problemas es averiguar có-

mo deshacerte de él -replicaba el smoking.

- Deja que te haga otra comparación, el vino. Cuan-

do descubres un vino lo disfrutas, más adelante te

acostumbras y deja de sorprenderte, pero si lo cuidas

adecuadamente, es en la madurez cuando mayor pla-

cer te acaba ofreciendo.

- ¿El vino?... Lo que hay que hacer con el vino es be-

bérselo. Y a una mujer amarla y bailar con ella.

- No le hagas caso, Santiago. Verás cómo cada vez

resulta más agradable reconocerte al lado de alguien

a quien amas, adquiriendo una complicidad insospe-

chada. Mirarás hacia atrás maldiciendo el tiempo que

desaprovechaste en tu zigzagueante camino.

- Sí, tú mira atrás, Santiago, y te deprimirás cuando

recuerdes tus veranos en Ibiza. Cada noche una his-

toria, cada mañana un recuerdo para enmarcar...

¡Basta!

Abrí los ojos de nuevo, esta vez de verdad, y sin

apenas incorporarme tomé un vaso de Cola Light y

acerqué el teléfono a la almohada creyendo que la ca-

ma se convertiría aquella mañana en una especie de

oficina de atención al cliente. A pesar de que el grupo

de invitados era muy reducido, pensé que pronto lle-

garían las preguntas: “¿Cuál es la localización?” “¿A

qué hora hay que estar?” “¿Habrá taxi?” “¿No te arre-

pientes?”... pero mis invitados resultaron ser más

educados de lo que yo creía, y la invitación, que fue

únicamente verbal, más clara de lo que suelen ser

mis explicaciones.

- Me caso esta tarde. Es el acontecimiento del si-

glo, para mí -espero que también para mi novia-, y

aquí no pasa nada. Estoy en mi cama y la ducha go-

tea, el perro ladra para que le abra la puerta, la gata

maúlla para que le abra la puerta al perro y pueda ocu-

par su sitio, los caballos templan pacientemente con

su aliento el bebedero para conseguir que se deshie-

le y así tomar su desayuno continental completo... Un

día cualquiera de noviembre para todo el mundo, ex-

cepto para mí. El día que te casas crees que se parará

el universo, pero no es así en absoluto. El mundo no

se detiene por uno ni cuando te mueres, pero como

atenuante, al menos ahí no estás para comprobarlo,

claro. No chico, no, la prensa no abre con una portada

de una mujer con enaguas blancas y brazos en jarras

haciendo equilibrios en la baranda de un puente dis-

puesta a lanzarse al río porque su eterno amor secre-

to vaya a casarse.

Podía haber acudido a repasar

in situ

los detalles

del convite y ceremonia, pero algo me mantenía an-

clado en mi refugio, que en aquel momento no aban-

donaría ni por un beso de la Flaca.

Pero como casi siempre en la vida, si no pasa nada,

es porque no hacemos lo necesario para que pase. Y,

por tanto, yo me propuse animar la mañana de la me-

jor manera que se me ocurrió: llamar a una ex novia.

El regalo